Parroquia Santa Catalina

Aranda de Duero

Diócesis de Burgos

SEMANA SANTA Y PASCUA

EL MANDAMIENTO DEL AMOR, AMAR COMO JESÚS NOS AMA

«Éste es mi mandamiento: amaos unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, pues el siervo no sabe qué hace su señor; yo os he llamado amigos porque os he dado a conocer todas las cosas que he oído a mi Padre. No me elegisteis vosotros a mí, sino yo a vosotros; y os designé para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca, a fin de que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando: amaos unos a otros». Juan 15, 10-16

Un día, el Amor llegó tan lejos que se entregó a sí mismo hasta morir derramando su sangre en un madero. Cada día, el Amor llega tan lejos que se entrega a sí mismo para saciar nuestra hambre de amor en el pan compartido en una Cena.

Sacramento de una muerte única que recapitula todo don, de sí liberador; memorial de un sacrificio único en el que muere la muerte de un mundo pecador.

Sacramento del triunfo definitivo del amor, en el que el hombre se salva entregándose; memorial del triunfo definitivo de la vida, en el que el hombre se hace inmortal amando.

 ACCIÓN DE GRACIAS

- Gracias Señor, por tu muerte y resurrección que nos salva.

- Gracias Señor, por haber instituido la Eucaristía que nos alimenta.

- Gracias Señor, por todos los beneficios que nos concedes.

- Gracias Señor, por tus palabras que reconfortan y sanan.

- Gracias Señor, por tu cruz que tanto enseña.

- Gracias Señor, por tu sangre que a tantos salva.

- Gracias Señor, por tu amor sin tregua y sin fronteras.

- Gracias Señor, por la Madre que al pie del madero nos dejas.

- Gracias Señor, por olvidar nuestras traiciones e incoherencias.

- Gracias Señor, por perdonar el sueño que nos aleja del estar en vela.

- Gracias Señor, por ese pan partido en la mesa de la última cena.

- Gracias Señor, porque aun siendo Dios, te arrodillas y a servir nos enseñas.

- Gracias Señor, por tu sacerdocio que es generosidad, ofrenda y entrega.

- Gracias Señor, por tu amor sin límites y en la cruz hecho locura.

- Gracias Señor

NUESTRO ENCUENTRO CON LA CRUZ

 

Siempre que nos metemos en la Semana Santa, directa o indirectamente, nos guste o no, nos encontramos frente a frente con la Cruz de Cristo.

La Cruz es nuestra insignia, nuestra señal, y nuestro único camino para seguirle. Jesús mismo nos lo dijo de forma clara y contundente: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame, porque el que quiera salvar su vida la perderá; Pero quien perdiera la vida por amor a Mí, la salvará” (Lc 9, 23-24).

Llevar y meditar estos versículos en nuestra oración diaria, resulta duro y difícil, porque implícitamente, lleva consigo tener que admitir el sufrimiento dentro de nosotros mismos, en todos y cada uno de los días de nuestra vida.

Por esto llegados a este capítulo del Evangelio, lo leemos, lo entendemos, lo admitimos, pero sin adentrarnos demasiado en lo que realmente significa, no sea que, sin querer, nos encontremos con nuestra propia Cruz.

Vamos a aprovechar la celebración de la Semana Santa, para adentrarnos sin miedo en estos versículos y analizarlos. Sin duda sería una forma de dar coherencia a nuestra vida de Fe, quizá un poco seca, sin sustancia y sin frutos, así perderíamos de una vez por todas el miedo a esa cruz de cada día, que Jesús nos advierte de forma clara, que tenemos que tomar cada uno de nosotros para seguirle.

Aceptar esto es ir contra corriente a las formas y estilos de vida que en la actualidad rigen en nuestra sociedad, donde lo que manda y se valora, es el éxito, el dinero y la fama…y esto hace más difícil que cada uno de nosotros cojamos nuestra Cruz, nos neguemos a nosotros mismos y en lugar de pensar que fracasamos ante la sociedad, tengamos la certeza de que estamos ganando la VIDA con mayúsculas, es decir “LA VIDA ETERNA”.

 

PASCUA DE RESURRECCIÓN

EL AMOR VIVE

ÉL, el hijo de Dios, y de María, el que había muerto colgado del madero…ESTÁ VIVO.

Cristo el que nos ha amado hasta dar la vida por nosotros, está vivo, ha resucitado…EL AMOR VIVE.

Algo nuevo y definitivo ha comenzado. La resurrección ha sido algo excepcional e inesperado, el máximo acontecimiento de la historia.

Para nosotros los creyentes, la resurrección de Jesús constituye el centro de nuestra fe.

“Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, y vana también vuestra fe” (1 Cor 15,14).

CON LA RESURRECCIÓN DE JESÚS, SE CUMPLEN TODAS LAS PROMESAS.

- Resucitó el Señor, y vive en la palabra de aquel que lucha y muere gritando “LIBERTAD”.

- Resucitó el Señor, y está en la fortaleza del triste que se alegra, del pobre que da pan.

- Resucitó el Señor, y vive en la esperanza del hombre que camina creyendo en los demás.

- Resucitó el Señor, y llama ante la puerta de todos los que olvidan lo urgente que es AMAR.

- Resucitó el Señor, y manda a los creyentes crecerse ante el acoso que sufre la VERDAD.

- Resucito el Señor, su gloria está en la tierra, y en todos los que viven su fe de par en par.

¡NO TENGÁIS MIEDO!

No tengáis miedo, no temáis.

No sé si se habrán fijado ustedes es que ésta es la idea que más se repite en las lecturas que se hacen en las Iglesias en tiempo pascual. Cuando Jesús se aparece a los suyos, lo primero que hace es tranquilizarles, curarles su angustia. Y se repite constantemente este consejo: No tengáis miedo, no temáis soy yo.

Y es que los apóstoles no terminaban de digerir aquello de que Jesús hubiera resucitado. Eran como nosotros, tan pesimistas que no podían ni siquiera concebir que aquella historia terminase bien. Cuando el Viernes Santo condujeron a Jesús a la cruz esto sí lo entendían.

Y se decían los unos a los otros: ¡Ya lo había dicho yo! ¡Esto no podía acabar bien! ¡Jesús se estaba comprometiendo demasiado! Y casi se alegraban un poco en sus profecías catastróficas.

Pero lo de la resurrección, esto no entraba en sus cálculos. Lo lógico, pensaban es que en este mundo las cosas terminen mal. Y por eso, cuando Jesús se les aparecía, en lugar de estallar de alegría, seguían dominados por el miedo y se ponían a pensar que se trataba de un fantasma.

A los cristianos de hoy nos pasa lo mismo. O parecido. No hay quien nos convenza de que Dios es buena persona, de que nos ama, de que nos tiene preparada una gran felicidad interminable. Nos encanta vivir en las dudas, temer, no estar seguros. No nos cabe en la cabeza que Dios sea mejor y más fuerte que nosotros. Y seguimos viviendo en el miedo.

Un miedo que sentimos a todas horas: miedo a que la fe se nos vaya a venir abajo un día de estos, miedo a que Dios abandone a su Iglesia; miedo al fin del mundo que nos va a pillar cuando menos lo esperemos. Miedo, miedo…

Lo malo del miedo es que inmoviliza a quien lo tiene. El que está poseído por el miedo está derrotado antes de que empiece la batalla. Los que tienen miedo pierden la ocasión de vivir.

Por eso es primer mensaje que Cristo trae en Pascua es este que tanto gustaba repetir a san Juan Pablo ll: No temáis, salid de las madrigueras del miedo en las que vivís encerrados, atreveos a vivir, a crecer, a amar. Si alguien os dice que Dios es el coco no le creáis. El Dios de la Biblia, el Dios que conocimos en Jesucristo, es el Dios de la vida y la alegría. Y empezó por gritarnos con toda su existencia: NO temáis, no tengáis miedo.

 

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