Aranda de Duero

Diócesis de Burgos

JOSEPH FADELLE

HISTORIAS DE CONVERSIONES

 

Un descendiente directo de Mahoma, condenado a muerte por su conversión al catolicismo.

 

Joseph Fadelle, en su libro titulado “El precio a pagar”, cuenta su conversión del Islam al catolicismo y el difícil camino que tuvo que recorrer hasta llegar al bautismo. Joseph vivió un dramático proceso cuando sus propios hermanos y su tío favorito consiguieron encontrarle, cuando ya había conseguido escapar de su país y estaba en Jordania, en el año 2000. Tras una tremenda discusión, en la que trataron que volviera al Islam y, al ver que no conseguían sus objetivos, comenzaron a tirotearle. Fue herido por las balas pero, consiguió huir milagrosamente. También sufrió tortura y la cárcel.

Por gracia de Dios Joseph sigue vivo porque la condena a muerte dictada contra él en junio de 1997, no prescribe jamás.

 

- Joseph, tú eras un musulmán, perteneciente a una importante e influyente familia chiita. Tu padre es incluso descendiente directo de Mahoma. Y tú debías seguir como heredero de tu padre al frente de vuestro clan. ¿Cómo llegaste a conocer el cristianismo, hasta el punto de escogerlo como la fe que tú querías vivir?

- La verdad es que Dios me ofreció un trato muy especial. Antes de conocer a Cristo, yo ya había abandonado el Islam, al menos interiormente. En el servicio militar conocí a un cristiano que me regaló el Evangelio. Yo le había pedido poder leer su libro sagrado, para poder buscar las contradicciones, los puntos oscuros, que hubiera en la Biblia y, así, poder mostrarle que estaba en una religión falsa, despreciable. Mi intención era leer el Evangelio para introducirle en el Islam, después. Para mi sorpresa, antes de regalarme los Evangelios, me pidió que leyera el Corán, reflexionando sobre lo que leía. Después de haber leído el Corán, estuve casi cinco meses consultando mis dudas con un Ayatolá, es decir, con un maestro del Islam. Al final, llegué a la conclusión de que, ese libro no podía ser de Dios.

 

- Cuando tomaste la decisión de convertirte, supongo que eras consciente del peligro que corrías. Porque el Corán ordena matar a todos los musulmanes que abandonen el Islam. Sabiendo esto, ¿de dónde sacaste el valor para dar este paso?

- Nosotros, cuando acogemos a Cristo, recibimos todo el valor del mundo, porque Jesús nos dijo: “No temáis a los que pueden matar el cuerpo, pero, no pueden matar el alma”. Por eso, no tuve miedo. Hoy tampoco tengo miedo de que me maten, no temo a la muerte.

 

- ¿Cómo fue la reacción de tu familia al descubrir tu conversión?

- Como te puedes imaginar, para mi familia, eso fue una catástrofe. Lo más importante para ellos, era evitar el escándalo, el desprestigio familiar. Cuando se enteraron, me metieron atado en el maletero de un coche y me condujeron así, atravesando más de 200 kilómetros por el desierto, para matarme. El Ayatolá dio una fatwa, una condena a muerte, para que me acabaran con mi vida. Les dijo a mi padre y a mis hermanos: “Matadle y Alá os lo premiará”. Pero, gracias a Dios, no me mataron. Escogieron encarcelarme en una prisión y torturarme, pensando que, así iba a cambiar de opinión y revelar el nombre del cristiano que me había dado la Biblia, los nombres de los sacerdotes con los que hablaba y la iglesia a la que iba. Querían esa información para poder destruir la iglesia y matar a los sacerdotes. Esperaban que después volvería con ellos a casa y volvería a ser un buen musulmán, como ellos querían. Pero no fue así.

 

- Pero tu camino hasta el bautismo fue muy largo. Desde que conociste a Cristo hasta que pudiste recibir el bautismo pasaron trece años. Fue mucho tiempo, ¿no?

- Claro, porque en Irak la Iglesia me rechazó, no podían bautizarme. Fue duro, pero, tenían todo el derecho a actuar así. En su momento, me dolió mucho que me lo negaran, pero, hoy entiendo que mi familia, mi tribu y el gobierno de mi país podían haber hecho mucho daño a la Iglesia, si me hubieran bautizado. La presión contra ellos era muy fuerte, por eso, no lo podían hacer. Cuatro años más tarde, después de mi conversión, conocí a un sacerdote que aceptó que yo fuera a su parroquia y asistiese a misa, pero, sin comprometerse a bautizarme. Algún tiempo después, también mi esposa se convirtió y conseguimos encontrar un sacerdote que aceptó bautizarnos, pero, nos dijo que debíamos prepararnos bien. Poco antes de que el sacerdote nos encontrara preparados para recibir el bautismo, mis padres descubrieron mi conversión y pasó lo que pasó. Después de salir de la cárcel, donde estuve dieciocho meses, me dijeron que tenía que dejar Irak, porque era peligroso para mí y para la Iglesia.

 

- Tu bautismo llegó en el exilio, en Jordania. ¿Qué recuerdas del día de tu bautismo?

- Es muy difícil describir cómo fue ese día. Siempre digo que yo sentía no que caminaba, sino que, volaba. Los que hemos recibido el bautismo siendo ya adultos, es algo muy distinto de los que lo han recibido de pequeños. Yo tenía ganas de salir a la calle y gritar a todo el mundo que ya, por fin, era cristiano. Pero, como recibí el bautismo en Jordania, que también es un país musulmán, no pude gritar. Era un deseo que tenía y me lo han quitado.

 

- Además de los problemas que tuviste con tu familia, de la fatwa que emitieron para matarte, has tenido que cambiar toda tu vida, abandonar tu país, e incluso, actualmente, debes cambiar regularmente de domicilio por seguridad. ¿Es duro vivir así?

- La verdad es que mi consuelo es vivir con Cristo. Él es quien nos da la fuerza y nos da todo. De hecho, yo me considero una persona normal, muy normal. Seguramente tú misma eres más fuerte que yo. No soy un héroe con súper-poderes ni nada de eso. Soy una persona normal. Más débil que tú. Pero, yo conozco al Señor, sé quién es y sé que Él cuida de mí. Me da la fuerza para poder dar mi testimonio de Él. Soy consciente de que hay mucha gente a la que no le va a gustar lo que digo. Pero, lo tengo que decir. Jesús nos dijo: “La verdad os hará libres”, y yo, tengo que decir la verdad.

 

- Has comentado antes que cuando te pusiste a leer el Corán reflexionando sobre lo que leías, descubriste para tu sorpresa que en el Corán hay muchas contradicciones, ¿nos puedes explicar un poco algunas de estas contradicciones, al menos, las que más te tocaron a ti?

- El problema no está solamente en el tema de las contradicciones, aunque contradicciones en el Corán hay muchas. El problema está en que el Corán es un libro que manda matar, y no solo una vez, sino que, es una orden que se repite una y otra vez. Por ejemplo, en la novena sura, llamada Al Tauba, se ordena matar todos los que no sean musulmanes. En la misma sura, se insiste en que se debe matar a los judíos y a los cristianos. Y, si no se les mata, o se convierten o tienen que pagar, lo que llaman, el “Al Yizia”, es decir, un impuesto. Pero, el problema no es solamente este. No tienes solo que pagar, sino que, tienes que hacerlo con la cabeza baja, sin dignidad. Y ellos consideran el Corán como la palabra de Dios, porque, afirman que fue Dios quien se lo dictó al Profeta. Pero, ¿me puedes explicar qué tipo de Dios es ese?

 

- Y, ¿qué has encontrado en Cristo que no has encontrado en el Islam? Porque, no te creas, que aquí hay quien se queja de la Iglesia.

- ¡Pues he encontrado todo, todo! En el cristianismo hay vida y hay amor. En el Islam hay solamente muerte y venganza. Hay una diferencia tan grande, que no puedes, ni siquiera, comparar. Te voy a poner un ejemplo muy sencillo. Cuando el ISIS, o el DAESH, como quieras llamarlo, quemaron vivo al piloto jordano, ¿sabes por qué lo hicieron así? ¿Sabes por qué le quemaron vivo? Lo hicieron porque el Corán les dice que deben castigar a los que les hacen algo de la misma manera como han sido agredidos. ¿Qué significa esto? Ellos razonaron así: si el piloto nos ha tirado desde el avión cohetes, que nos quemaban vivos, él debe sufrir lo mismo que nos ha hecho sufrir a nosotros. Por eso le quemaron vivo. Compara esto con lo que nos enseña Jesús. Cristo nos dice que debemos amar a nuestros enemigos. En cambio el Islam enseña solamente odio y venganza. No puedes compararlos.

 

- Joseph, ¿quiénes son para ti Jesús y María?

- Jesús lo es todo para mí. Yo, no solo le quiero, yo le adoro. Y, estoy seguro de que Él me quiere muchísimo. La Virgen es el regalo de Dios para toda la humanidad. Es la Madre de todos, no solamente la Madre de los cristianos. A veces, los cristianos piensan que es, solamente madre de ellos. Pero, la verdad, es que Ella es Madre de todos los seres humanos. Es un regalo que se nos dio, para que no seamos huérfanos. Me llaman la atención muchas cosas de la Virgen que leemos en la Biblia. Veo que Ella no es, simplemente, nuestra Madre, sino que, es cómplice de la redención de Cristo. Por ejemplo, en las bodas de Caná, Ella pide a Jesús que convierta el agua en vino. Jesús, todavía no había hecho ningún milagro, pero, Ella se lo pide. Entonces, ¿cómo sabía Ella que Jesús tenía este poder? Ella lo sabía todo. Algunos dicen que Ella dio a luz a Jesús y ya está. Pero, no es solamente esa su misión. Me impresiona también, cuando fueron a Jerusalén y perdieron a Jesús. Cuando después le encuentran en el templo, Ella le ve, le dice que estaban preocupados por Él y que no debería haber desaparecido de esa manera. Entonces, le dice Jesús: “¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” Ella lo sabía todo.

 

- Nos has comentado antes que no tienes miedo. Yo no puedo evitar preguntarte de nuevo: ¿Cómo se siente uno, sabiendo que, en cualquier momento, puede aparecer alguien para matarle? Porque la fatwa, que pesa sobre ti, no prescribe jamás.

- ¿Cómo se siente quién, él o yo? Yo no sé por qué la gente se lo toma así. Podemos morir en cualquier momento. Me puedo caer de las escaleras y morir, o puedo tener un accidente de coche o de avión. Pero si muero por el nombre de Jesús, sería un honor para mí.

 

- Entonces, ¿volverías a pagar el mismo precio que te ha costado tu conversión?

-Por supuesto. De hecho, aún no hemos pagado nada. Al revés, hemos recibido mucho, tendremos que dar cuenta de ello el día en que nos presentemos delante de Dios. Dios nos liberó del pecado, éramos esclavos de todo y Él nos hizo libres. Quiso venir a nosotros y nos dio la vida eterna. Debemos estar inmensamente agradecidos durante toda nuestra vida y, aun así, nunca podremos devolverle el favor que nos ha hecho.

 

- Joseph, cómo se mantiene esa sonrisa viviendo las veinticuatro horas del día en peligro de muerte.

- Bueno, no somos nosotros quienes lo hacemos, es Dios el que hace su trabajo en nosotros. Somos nada sin Dios. Cuando la gente mira a una religiosa se pregunta cómo puede mantenerse en esa pureza en la que vive. Y mucha gente piensa que la vida de una religiosa que vive así, en pureza, en castidad, es triste. Pero las religiosas viven su vida con alegría, porque viven para Dios. Mucha gente, fuera, piensa que su vida es difícil, que no es alegre, pero, yo conozco religiosas, allí contigo tienes religiosas, a las que se ve felices y alegres, ¿verdad? Tú también estás siempre sonriendo.

 

- Joseph, ¿qué supuso para ti, musulmán, descubrir la presencia real de Cristo en la Eucaristía?

- Yo, antes de llegar a ser cristiano, había “salido” ya del Islam. Cuando me convertí, mi gran deseo era poder comulgar, al menos una vez en mi vida, poder recibir, al menos una vez, el Cuerpo de Cristo. Tuve que esperar trece años para poder realizar este deseo de mi corazón. En Irak no había ninguna posibilidad de recibir la Eucaristía. Pero, mi deseo era tan grande que llegué a pensar en entrar en la Iglesia y robar la Eucaristía. Gracias a Dios, se lo conté al sacerdote antes, para que él viera qué grande era mi deseo. Él me ha dicho: “Bueno, es que, aunque entres y robes la Eucaristía, como no has recibido el Bautismo esto no sería tu Primera Comunión. Para ti sería como comer un pan normal, no recibirías a Jesucristo”. Así que, no lo hice, y he esperado hasta el Bautismo.

 

- ¿Y en la actualidad, como es tu vivencia de la Eucaristía?

- Para mí, ir a misa no es solamente asistir a misa, es volver a vivir la Última Cena. Cuando comulgo, es Jesucristo el que viene a mí. Él es el que está en mí. Eso es lo que siento. Tengo una hija de siete años. A ella, no le gusta mucho rezar y lo hace muy rápido.

 

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